Mientras el gobierno Santos y las FARC tratan de mostrarse como los mayores interesados en una salida negociada, pasan por alto importantes aprendizajes del reciente proceso de paz en España: la deslegitimación de la violencia para resolver conflictos sociales y políticos es esencial para encontrar una salida a las confrontaciones armadas. Para lograr tal fin, el uso de las palabras en vez de ser una herramienta de guerra, tiene que ser una herramienta para la paz.
Últimamente las FARC y el gobierno colombiano se encuentran enfrascados en una guerra de palabras en la que tratan de mostrarse como los mayores interesados en una salida negociada del conflicto[1]. Sin embargo, estos discursos no parecen traducirse en una intención sincera de promover una solución negociada. Y de hecho, esto no debe extrañar a nadie, pero sí debe generar preocupación a todos. Como en cualquier guerra, el gran perdedor terminará siendo la comunidad civil. Tres puntos explican el por qué una guerra de palabras puede terminar menoscabando la posibilidad de una salida al conflicto.
Primero, porque este abuso de palabras es contraproducente para la creación de confianza que, hasta Santos admite, es fundamental para cualquier tipo de dialogo[2].
En segundo lugar, porque se agotará la poca fe en la paz que todavía puede observarse en la sociedad civil. Esto terminaría disminuyendo la presión de la comunidad en pro de una salida pacífica al conflicto– otro elemento identificado entre los analistas como clave para cualquier tipo de proceso de paz[3].
En tercer lugar, y lo que podríamos considerar como el efecto más grave de estos monólogos sin sentido, es que imponen una visión que se enfoca exclusivamente en las negociaciones, dejando de lado opciones creativas y verosímiles que pueden traducirse en una opción verdadera, tanto para el gobierno como para la guerrilla.
La negociación no es la única opción frente un conflicto armado, como recientemente lo muestra el caso español. En este sentido, puede que Santos tenga razón cuando pide a los FARC hacer lo mismo que ETA[4]. Abandonar las armas por completo es probablemente la única posibilidad de una “salida digna” del conflicto para los grupos guerrilleros. Primero, porque una victoria militar nunca ha parecido tan lejana como ahora. Y, en segundo lugar, porque el accionar actual de este grupo guerrillero está agotando la percepción de legitimidad de la lucha armada en algunos sectores de la sociedad, y, más importante aún, está acabando con el poco apoyo popular del que todavía goza.
No obstante, hay que recordar que la histórica decisión de ETA no fue un evento aislado. Fue, más bien, el efecto de un proceso largo que puede resumirse en tres puntos: (i) una transformación gradual del Estado español que poco a poco ha venido lavándose los manos de la guerra sucia, la corrupción y la impunidad –legados históricos de la dictadura; (ii) la implementación efectiva de una política pública que lidiaba con las raíces estructurales del conflicto (por ejemplo, autonomía a las regiones y fortalecimiento de los derechos de las minorías); (iii) y relacionado con los primeros dos, la pérdida del apoyo popular hacia los medios y el fin de la lucha armada de ETA. En otras palabras, el resultado fue nada menos que la deslegitimación de la violencia para resolver conflictos sociales y políticos.
En este orden de ideas, no solamente se trata de dejar las armas sino también de dejar las palabras vacías e ir del dicho al hecho. Con la Ley de víctimas, que incluye procesos de restitución de tierras y la eliminación del DAS, puede que estemos empezando a andar por un buen camino. Pero hasta que el pueblo colombiano observe resultados concretos que vayan más allá de la charlatanería y que persigan el bienestar común, no habremos avanzado mucho.
De hecho, mientras las dos partes en conflicto, llámense guerrillas o Estado, no dejen de usar las palabras como una herramienta de guerra y empiecen a usarlas como una herramienta de paz, la violencia va a continuar afectando a la sociedad civil y los grupos armados ilegales seguirán nutriendo sus ejércitos con el descontento popular.