Los colombianos somos como los filipinos: vivimos en Repúblicas Presidencialistas, nos  independizamos de España en el siglo XIX, nuestra moneda se llama peso y llevamos varias décadas soportando guerrillas comunistas y grupos paramilitares que se legitiman a través de débiles instituciones que se definen por intereses políticos y económicos particulares y no públicos.

A pesar de que estos dos conflictos están enmarcados en contextos que difieren entre sí, es posible encontrar características comunes tales como los procesos de paz en curso o las ideologías que inspiraron la formación de estos grupos.

Por un lado, Colombia ha tenido por casi medio siglo un conflicto interno representado por grupos armados; algunos de inspiración marxista-leninista, otros de autodefensa campesina o de resistencia indígena y, también, milicias al servicio del narcotráfico.

Por el otro, Filipinas se debate en una guerra interna que enfrenta ideologías políticas y étnicas pero que además ha visto cómo esas guerrillas se convierten en ejércitos privados de políticos que utilizan la violencia como medio de reivindicación y legitimación de su poder.

Entonces, mientras que en Colombia los políticos regionales se aliaron con grupos armados, en Filipinas los partidos políticos, a través de los clanes a los que pertenecen, tienen burocracias armadas para impulsar sus agendas. 

Filipinas, ubicado en el Cinturón de Fuego del Pacífico -sudeste asiático- ocupa el duodécimo lugar entre los países con mayor densidad demográfica en el mundo. La agricultura ha sido su principal actividad económica (aporta más del 50% del PIB) pero últimamente se ha visto desplazada por la producción de tecnología y explotación de petróleo. Su capital es Manila y usualmente es clasificado como uno de los países emergentes con un futuro bastante próspero.

Está organizada como un Estado Unitario (exceptuando la Región Autónoma de Mindanao Musulmán) gobernado por un presidente que elige a su gabinete y actúa como Jefe de Estado, de Gobierno y lidera las Fuerzas Armadas. No se encuentra entre los países más inseguros del mundo, de hecho sólo se recomienda no visitar algunas regiones como Mindanao, región en la que grupos armados existen desde 1969.

Estos grupos son la contraparte del gobierno en negociaciones para un tratado de paz; negociaciones que han sido atacadas y rechazadas por varios grupos extremistas como el Movimiento de Libertad Islámico de Bangsamoro.

¿Cómo se vive esta violencia en Filipinas?

A pesar de que sólo el sur del territorio filipino ha sido clasificado como zona roja, el país tiene una agitada historia de violencia política que se traduce en una amenaza para la población de los territorios que se encuentran en medio de la disputa entre los representantes de los seis partidos políticos que son reconocidos por esta república constitucional. Vale la pena añadir que esta situación se ve agravada por las confrontaciones entre los grupos insurgentes musulmanes y comunistas.

Esta violencia política latente se evidencia como intimidación y amenaza durante la época de elecciones regionales o nacionales, siendo las primeras las más violentadas.

Desde la época del asesinato del líder opositor Benigno Aquino Jr., el 21 de agosto de 1983 en Manila, con el fin de evitar la candidatura de líderes políticos que puedan significar un cambio en la estructura de las municipalidades, los convoyes de los partidos políticos se convierten rutinariamente en blancos para los ejércitos privados de sus contrincantes durante los días de inscripción electoral. Se han registrado múltiples atentados a las caravanas durante el recorrido que hacen los candidatos desde su municipalidad hasta el centro de inscripción, especialmente cuando atraviesan territorios de clanes distintos al suyo.

Lo anterior ayuda a visibilizar una paradoja en la que la democracia, a través de la competencia electoral, incentiva a los políticos para que estos busquen limitarla violentamente en la medida en que cada representante político se alía con un clan y obtiene la “protección” y “apoyo” de una milicia  privada.

De hecho, el pasado 26 de abril, el alcalde de Nunungan, sur de Filipinas, Abdul Manampa, junto con un convoy de simpatizantes, fue víctima de uno de los ataques mencionados que dejó nueve personas heridas y trece muertas, incluida la hija del alcalde. La policía de la región señala al partido rival de ser responsable de este atentado dado que tuvo lugar después de una actuación pública del candidato.  (FOX News, 26 de abril de 2013).

A pesar de que estos atentados no son atribuidos oficialmente a una milicia al servicio de un político, es de conocimiento popular que son efectuados por ejércitos privados conformados por los clanes del país, por ejemplo, en el centro de Mindanao rige la del clan de Ampatuan (aliado de la anterior presidenta, Gloria Macapagal Arroyo), quienes son acusados de la masacre que en el 2009 dejó 57 víctimas fatales en Maguindanao (New York Times, 7 de octubre de 2012). Sobre esta, el peor atentado en la historia política del país, se dice que estaba destinada a evitar la pérdida de la gobernación de la región.

En síntesis, Filipinas no tiene solamente una de las guerrillas más viejas del mundo sino, también, una disputa de poder legitimada con milicias que responden ante un clan que cuenta con un líder político que lo representa y otorga un mayor dominio sobre el resto de la población de cada región. Esta situación no es más que un resultado del clientelismo que se ha apropiado de un gobierno central desorganizado y corrupto que se ve doblegado por el interés de los clanes, los verdaderos gobernantes en el sur del país.

¿Qué tan lejos está Colombia de Filipinas?

Comparándolo con el caso colombiano, una vez más, cabe anotar que mientras que  en Filipinas el gobierno nacional es donde se originan estas alianzas para restringir la competencia electoral, en Colombia esas alianzas, que se dieron principalmente con grupos paramilitares a nivel regional, lo cual generó posteriormente la debilitación de los partidos políticos tradicionales al infiltrar candidatos de esas coaliciones.

Resulta intrigante pensar en que los líderes políticos de este país puedan verse arrastrados, de nuevo, en una lucha de poderes en la que terminen valiéndose de medios violentos para acabar con opositores o, tal vez, acallar una ideología.

¿Es nuestra violencia política semejante a la que se vive en Filipinas? En caso de una respuesta negativa, ¿a partir de qué momento esta situación en Colombia podría salirse de control y convertirse en una réplica de la del país asiático?

Adicionalmente, ¿es factible que las tensiones no sólo multipartidistas sino posconflicto, en un escenario en el que las FARC participen en la política,  puedan llegar a convertirse en resistencias violentas a un orden ya instaurado?

Colombia ha tenido ya fuertes olas de violencia que arrasaron con el país, la situación ha cambiado pero ¿es posible un retroceso que vuelva a generar miedo y repudio en los colombianos?

Por último, en caso de que deseemos tener otra semejanza con los filipinos, sólo queda apoyar la iniciativa de nuestros presidentes de extender el periodo presidencial por dos años más. Nada salubre para la “democracia” pero, quizás, un paso más cerca de un enfrentamiento abierto y armado entre nuestros líderes políticos.

Share